lunes, 23 de febrero de 2009

Sepultando ciudades, conservando pueblos...

Cuando una es más chica y lee en los libros de Historia acerca de los grandes pueblos y civilizaciones perdidas, del hundimiento de ciudades y otros, cuesta imaginárselo un poco. Quizás pensar en el traslado de un barrio, la demolición de casas, o la misma visualización de campamentos (fijos, o nómades de gitanos) sí permiten hacer una idea más factible, mirándola a nivel más micro.
Sin embargo, la realidad actual de nuestro país nos recuerda cuán ínfimos somos, en realidad, ante nuestro planeta, si bien hay vastos ejemplos de cómo el mismo hombre, y sus decisiones, hacen lo suyo al respecto.
La contingencia de Chaitén, en estos momentos, es un ejemplo de ambos. El volcán ha hecho lo suyo y amenaza en cualquier momento por acabar con lo que queda de él: de sus casas, sus cuadras, sus plazas y colegios. De lo físico, del entorno. Muy distinto, por cierto, a la pugna de relocalización pretendida para sus habitantes, en un despojo de su identidad increíble, y sin ánimos siquiera de ponerse en lugar de quienes lo han perdido todo y a quienes se les niega la posibilidad de seguir siendo un pueblo. Mal.
Extrañamente, aunque ésta ha sido una circunstancia extrema, sin cálculo mediado (mejor dicho, manifestado - véase este link-), la relocalización de pueblos completos ha sido una constante a lo largo de nuestro país.
Desde el norte, Chuquicamata ha desaparecido entre arenales y residuos mineros para que su gente se radique en Calama, en un proceso irreversible, pero que contó con el tiempo y la información para que se preparan ante el inminente día del adiós.
Más al sur, en el Valle del Elqui, la construcción del embalse Puclaro significó aportes en materia de abastecimiento de agua y energía al Norte Chico, pero pagando el sacrificio de dos pueblos cuyos habitantes fueron "reunidos" en uno solo, cercano en locación, para así sumergir en las profundidades del río sus casas.
Sewell, en su momento, también significó un traslado. Dicho campamento, al momento de nacionalizarse el cobre, ya estaba practicamente instalado en Rancagua, dejando atrás innovadoras tecnologías (que son las que le hicieron acreedor de Patrimonio de la Humanidad) ante la nueva realidad imperante en la época.
Aunque éstos son sólo algunos ejemplos (contemporáneos, porque la recosntrucción de ciudades, desde la época de la Conquista, ha sido un pasaje repetido en la Historia de Chile), lo cierto es que en todas ellas ha habido el intento -externo o de los mismos conciudadanos - de mantener una sola identidad, de saberse todos "parte de", manteniendo un tema esencial: la evitación del trauma a toda costa, la posibilidad de devolverles cierto control a una vida forzada a abandonar, y la comprensión del entorno por permitir que permanezcan juntos, en la medida de lo posible.
Todo lo contrario a lo que se está haciendo con los chaiteninos, echando por la borda no sólo los intentos de los mismos (desesperados, es cierto) por aferrarse a lo poco que queda de su tierra, sino también la intervención profesional que intancias como la Asociación Chilena de Psicología de la Emergencia (instancia creada para afrontar y prevenir los efectos traumáticos de catástrofes y otros eventos magnos) han intentado abordar.
El tema, entonces, es aprender de estas experiencias mencionadas, y que las autoridades que decidieron hacerse cargo y tomar la resolución final tengan la claridad y la cordura de entender y hacer entender que lo que se ha perdido es una zona, pero no un pueblo, y tengan la suficiente humanidad para tratarlos no como personas aisladas a quienes hay que repartir como si fueran papeles por archivar donde sea, mientras se vea ordenado, sino como un grupo que merece una segunda oportunidad de salir adelante.

Nuevo (25/02): La resolución al respecto.


Links de interés:
Historia de Sewell
Pueblos hundidos en Puclaro
Pataleo en CNN Chile

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